Tras el espejo

La página de mis ideas

Los puntos.

Hace unos días fue mi primera vez, me dolió, hubo sangre y…me dieron dos puntos, además de una dosis de antitetánica vía inyección. Mientras hacía la cena me corté un dedo.

Entonces me puse a pensar en cuando éramos pequeños y las ganas que teníamos de que nos pusieran una escayola, nos dieran puntos, hasta el aparato de los dientes tenía cierto atractivo, y si no que levante la mano el que no se haya puesto un papel albal del bocata, o un chicle en el paladar a modo de aparato. De hecho recuerdo una vez que tuve neumonía y me dolía mucho el hombro, como consecuencia de la misma, y yo estaba como loca por que me dijeran que me tenían que escayolar el brazo, cosa que no pasó, pero si me tiré una semana en la cama tomando unos sobres, que tan sólo una persona sin lengua no los calificaría de asquerosos.

Lo cierto es que todo eso está muy bien hasta que le llega el momento a uno de ser cosido, enyesado o alguna cosa por el estilo, porque el caso es que no tiene ninguna gracia, además de doler, es una sensación incómoda se mire por donde se mire.

Así que, con el tiempo necesario para envolverme el dedo en gasas y ponerme algo más decente que un pijama, me dirigí a urgencias, con el dedo en posición de quiero que me caiga un donut.

Yo, optimista de mí, pensé en aprovechar la excusa del dedo para fantasear un poco, lo típico en estos casos, médico guapo, paciente débil y dolida, muy agradecida al héroe de bata blanca que recompone mi dedo de dos a una pieza….ya os imagináis el resto. Pero la realidad es una amante esquiva y cuando menos te lo esperas, aparece de nuevo, usando trucos como un enfermero centenario, que te coge el dedo, te lo mira sin ningún respeto y te hurga en la herida para ver cómo es de profunda, alguien debería decirle a esa gente que estas cosas duelen.

A estas alturas mi fantasía se había ido corriendo detrás de la sirena de una ambulancia. En ese momento es cuando me dice que van a hacer falta un par de puntos, seguramente, pero que antes debe examinarlo el médico, tras lo cual mi fantasía regresa por el pasillo subida en una camilla. -Así que este no es el médico, bien 2º round, esta es la buena!- Y cuando el médico en cuestión entra en la sala descubro que mi fantasía se va a quedar en eso. El que sí ha acertado es el enfermero…hacen falta un par de puntos y de paso la antitetánica, como cuando me iba de campamento.

Llegados a este punto yo ya prefería al enfermero antediluviano, que al menos sólo quería coserme, sin mencionar jeringuillas o pinchazos. Pero en los hospitales pasa un poco como en la religión con los curas y lo que dice el médico, va a misa. Así que allí me quedé, con mi enfermero del precámbrico, que era bastante majete tengo que decir, esperando a que me suturase mi “herida cortante de 1,5 cm, en dedo índice a nivel de pliegue interfalángico”.

Es un momento tenso ese, en el que te encuentras sentada en el taburete de hospital, frente a una mesa-carrito metálica en la que empieza a aparecer instrumental convenientemente desinfectado y precintado, o al menos eso piensas y esperas. Entonces mi longevo enfermero me pregunta que si quiero anestesia, a lo cual y acostumbrado a la rápida respuesta afirmativa de los pacientes, añade que si quiero la anestesia va a ser otro pinchazo más, pero que en lugar de la anestesia me puede poner spray de frío local, véase cloretilo, yo estaba pensando en que lo mejor sería que me diese el botecito y yo misma me anestesiaría poniendo un poco en la manga y nos olvidamos del dolor matando unas cuantas neuronas por congelamiento, pero claro eso no me parecía muy correcto, por lo que sólo le dije que mejor dos pinchazos que tres.

Entonces procedió con el dolor, a pesar de que tenía el dedo en estado de congelación, la cosa dolió bastante, con el primer pinchazo vi las estrellas, y el dedo me ardía como si el cloretilo se hubiese transformado en lava cubierta de fuego con relleno de ascuas. Mi enfermero prerrománico mientras pinchaba y cosía me iba dando consejos, -¡sopla fuerte, no encojas el dedo, si esto no es nada!-, a lo cual yo respondía mentalmente –¡vete a zurrir mierdas con un látigo!-, pero el matusalén de los enfermeros seguía con su trabajo. El segundo pinchazo, otra vez los consejos y otra vez mis respuestas mentales, este dolió más si cabe, pero ya estaba, pensé -ahora el lacito final, cortar el hilo sobrante y como nuevo- pero la cruda realidad, que se había ido a tomar una café, decidió volver en ese momento para decir por la boca del venerable enfermero-vaya, hay que dar otro punto-. Una frase que, sinceramente no quería oír.

Por lo que al final no fueron ni dos, ni tres pinchazos, si no cuatro, bueno más bien cinco pero del de la inyección casi ni me di cuenta después de sufrir lo que dio forma a una bonita configuración de negro sobre carne, que cumplía todas las reglas de las heridas: picaba, dolía y escocía. Pero al menos ya estaba arreglado, unas vueltas de gasa y un poco de venda ponían punto final a mi aventura nocturna.

Es curioso ese efecto que se produce en los hospitales, generalmente cuando vas te hacen daño, pero sales dándole las gracias a tu torturador. Por eso mismo le di las gracias a mi faraónico enfermero-torturador, que me había salvado el dedo, sin escatimar en dolor eso sí.

Salí del hospital con mi dedo vendado y envuelto en una especie de calcetín pequeñito, que si no fuera porque era blanco en lugar de negro, uno pensaría en una morcilla, mientras pensaba en que eso de los puntos no es una experiencia que me gustaría repetir, por mucho que de pequeña siempre lo había querido.

18 febrero, 2011 - Posted by | Desvaríos varios

No hay comentarios aún.

Deja un comentario